En la banca se hace poco más que observar.
El consuelo es la esperanza de que llegue el minuto 87 a ver si el míster me permite pisar el césped, de película.
Fallar un par de veces seguidas significa permanecer en esta congeladora por varios 90 minutos. Cada vez que el juego se pone desfavorable, un hombre con cara como la de un oficial con un pésimo sueldo que se gana la vida dirigiendo el tránsito de la Kennedy con Nuñez -antes del crear el elevado- cogiendo sol de 11 a 5, nos mira como preguntándose “¿a cuál de estos mierdas voy a meter?”. Y yo ansioso por ser la mierda que entre, con suerte 10 minutos antes de consumarse el juego.
El árbitro está loco por ver quién se saca el premio del cartón rojo: tu sorteo acumulativo, juégalo y gánalo. El amarillo a cada momento pasa de uno a otro, parece el juego de la sillita caliente. Todos lo hemos visto, el juego se le ha ido de las manos. Pero no digas nada. El jefe de esta temporada no coge esa para mandarnos a callar y decirnos «ustedes saben tanto que ni siquiera están jugando”, y es verdad.
Lo cierto es que desde éste banquillo la narración es distinta. Más objetiva, sin fábulas, tan cruda como la revista Sucesos. El punto de vista no tiene concordancia alguna con lo que imaginaba estando allá dentro. Observo 22 sujetos que no conocen ni la tercera parte de lo que he visto en todo el juego. Aunque un gol fantástico cambie totalmente la perspectiva de los críticos acerca del partido, sé lo que pienso, sé lo que he visto.
Terminó el juego…ganamos… el festejo acostumbrado. La esperada entrevista post-partido. Llega mi turno. Vamos, preguntémosle al jugador que estuvo tomando aire durante poco más de hora y media «¿qué te pareció el juego?»
Le respondo «Buen partido».
Periodista de la mierda (en mi mente). Insinuando no notar su actitud y veinte minutos más con la misma onda.
Otro juego …¡mierda!.. nuevamente a vivir la gran experiencia de otros 90 minutos acompañado del señor con cara de perro. Me dice:
– El miércoles iniciarás en la Copa, no la cometas.
Hoy el mister se ha levantado con las patas arriba y los brazos abajo, me ha hablado.
Puro entendimiento.
Fulgen Espinal.